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Somos el espejo de nuestros hijos.

Somos el espejo de nuestros hijos.

Nuestros hijos están ahí, cautivos y ansiosos por aprender. Nos miran y entienden que somos su guía, que no existe mejor maestro ni mejor ejemplo que nosotros (después, cuando sean adolescente pensarán lo contrario, pero al menos en sus primeros años de vida seremos el máximo ejemplo).

El problema es cuando ese ejemplo que nosotros damos no se ajusta a lo que nosotros exigimos o toleramos de ellos.

En general ningún padre quiere que sus hijos sean malcriados (al menos yo no he conocido a la primera mamá fanática de las pataletas), pero pareciera que hay un paso gigante entre no querer hijos malcriados y enseñarles a no serlo.

Si nosotros no reaccionamos bien a las adversidades, si cuando algo no sale como queremos nos frustramos enormemente, si cuando nos toca cumplir con nuestras obligaciones lo hacemos desde la queja, si no toleramos que no todo puede ser tal como lo queremos, nuestros hijos van a ir viendo eso en nosotros y lo van a aprender.

Pongamos por ejemplo el emigrar. Una situación difícil que lamentablemente muchos estamos teniendo que enfrentar. No es lo mismo emigrar desde la queja, viviéndolo como un proceso de pérdida, lleno de rabia y dolor, que emigrar desde la apertura, reconociendo que no será fácil, pero estando agradecidos por la nueva oportunidad.

No se trata de nunca reclamar o no llorar o no molestarnos jamás, al contrario. Se trata de manejar adecuadamente nuestras emociones. Si es tristeza o rabia, que esté bien canalizada, que sea del tamaño adecuado.

Volviendo al ejemplo de emigrar, a veces vamos a ver a nuestros hijos rabiosos o molestos y es perfectamente válido preguntarles si se sienten tristes y nosotros podemos reconocer: yo también estoy triste, extraño mucho a los abuelos. (Pero no por eso tenemos que estar irritables, poco tolerantes, enumerando todo lo que hemos perdido al emigrar).

Recientemente hablando con una mamá que emigró con su hijo de 3 años, ella comentaba que durante esa primera semana su hijo había estado particularmente irritable, reclamando atención, durmiendo mal. “Es que emigrar le ha pegado”, sentenciaba ella. Pero a ver, un niño de 3 años puede tener poca noción de todo lo que implica emigrar, saben que están fuera de casa, que cambió la rutina, pero esto podría ser el mismo estrés que al estar de vacaciones. Ahora, qué está viendo él en papá y mamá? Cómo están ellos actuando ante estos cambios? Están contentos, relajados o tensos y tristes?

El detalle es que este niño no sólo está viendo que algo no está bien y lo está manifestando, sino que además está aprendiendo a reaccionar así ante los cambios.

Entonces, tratemos de revisar concienzudamente como reaccionamos nosotros ante los cambios y las situaciones adversas para ser un ejemplo sano para nuestros hijos. Reconociendo que para ser sanos, se vale estar triste a veces, preocupados o molestos, pero sin malcriadez adulta.